Larga cabellera, pesada, fresca, como una enramada de constelaciones y estrellas que me pierden como si nadara en el espacio. Ojitos café, de ese café profundo en los que me sumerjo como ayer, cuando se logra colar la luz del día y se refleja tu propia luz. Esos pies finos, tersos y delgados, que se hacen uno con mis manos y que no quisiera dejar de admirar y sentir. Esos labios exquisitos, húmedos y carnosos, como para no parar de jugar con ellos como si fueran olas en pleno vaivén. Ese ímpetu tan fuerte y poderoso como un toro que no deja de moverse, que solo espera en la quietud cuando está calculando su próximo movimiento. Todo eso es lo que no me suelta, lo que me atrapa, lo que me mantiene más allá del tiempo y me obliga a pensar en ti, a despertar en la madrugada con el corazón acelerado y los sueños húmedos. Porque soy tuyo, preso de ti, de tus sonrisas. Porque jodidamente he dejado cada parte de mi en tus manos, aviéntame al aire, que me esparciré en un segundo, pero en dos de tus suspiros, te estaré de nuevo acariciando, susurraré en tu oído, las locuras que pienso por ti.
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